El domingo 27 de octubre algunas de las mujeres pintoras de los fondos del Museo Nacional del Prado decidimos salir a la calle.
Os preguntaréis por qué tras siglos y siglos abandonamos los sótanos durante toda una mañana, ¿verdad? Pues por una cuestión de justicia histórica.
Desde la fundación del Museo del Prado durante el reinado de Fernando VII las mujeres hemos estado invisibilizadas en la pinacoteca. Se suele desconocer que, gracias a María Isabel de Braganza, la reina consorte, el museo se convirtió en refugio de la colección pictórica. Ella destacó por su cultura y afición al arte y esa pasión se materializó en el Museo del Prado.
Sin embargo, a nosotras, las pintoras, nos ha costado y sigue costando tener nuestro lugar en sus salas y la colección permanente.
No nos resultó sencillo destacar en nuestra época. Cuando lo logramos, en la mayoría de los casos, fue gracias a que nuestro contexto familiar y social fue favorable a ello. Lo que no sabíamos entonces es que el relato histórico nos lo pondría igual de difícil o, en algunas ocasiones, incluso más que a nuestros coetáneos.
Pero, ¿qué pasó después? Que el relato histórico nos podría la zancadilla complicando nuestro reconocimiento de nuevo. Incluso nos han borrado, invisibilizado y escondido en los depósitos de museos como el Prado. Nos han arrebatado, y nos siguen arrebatando, la autoría de muchas de nuestras obras. Nos hemos convertido en nada, porque lo que no se nombra y muestra no existe.
Desde sus inicios la colección real de pintura fue una de las más importantes del mundo y escenifica gran parte de la historia del arte de nuestro país. Los reyes y reinas de España eran conscientes de que su colección artística reflejaba su posición en el mundo. Y las mujeres, de un modo u otro, hemos estado siempre ahí, pero ¿dónde? Ese es el gran interrogante.
En los últimos años, nuestra pinacoteca ha hecho un esfuerzo (al parecer gigantesco) por saldar esta vergonzosa deuda histórica con nosotras y nuestras obras. También tenemos claro que sin la presión y trabajo del movimiento feminista esto no hubiera sido posible.
Como resultado en 200 años han tenido lugar dos exposiciones con mujeres artistas como protagonistas indiscutibles. Las afortunadas: Clara Peeters, Lavinia Fontana y Sofonisba Anguissola. Sin embargo, podemos y debemos mejorar estas cifras.
Ha sido un esfuerzo, presión ciudadana y académica por reivindicar una historia del arte más inclusiva. Y gracias a él, las personas que visitan las más de 1300 pinturas de la colección permanente del Museo del Prado pueden disfrutar de las obras de cinco pintoras ilustres: Tres de Sofonisba Anguissola, una de Artemisia Gentileschi, cuatro bodegones de Clara Peeters, “El Cid” de Rosa Bonheur y una pintura de Angelica Kauffmann. Díez obras realizadas por mujeres de una exposición 1300.
Son cifras para recapacitar, porque somos más las artistas que estamos silenciadas. De las más de 8100 obras que componen la colección total del Museo del Prado, sólo 69 obras pertenecen a mujeres, las cuales 33 son de pintoras; 12 de artistas contemporáneas fruto de donaciones y 24 de dibujantes y ayudantes de taller de litografía. Tenemos un total de 59 obras atribuidas a pintoras, frente a más de 8000 pintadas por nuestros colegas varones. ¡Pero casi todas nuestras obras están ocultas en los depósitos del Prado y repartidas entre otras instituciones, en el llamado Prado disperso!
Es verdad que nuestra pinacoteca en los últimos años ha hecho el esfuerzo, empujada por el devenir de los tiempos y el discurso feminista, por saldar parte de su deuda histórica con nosotras y nuestras obras:
Es un placer reconocer el trabajo de compañeras como Anguissola, Peeters, Gentileschi, Kauffmann y Bonheur. Es un logro poder verlas expuestas en un lugar protagonista y ver cómo se abre el diálogo entre el museo, la ciudadanía y nosotras mujeres creadoras de cambio, que hemos pintado y pintamos mucho.
Pero también, es un momento de seguir reivindicando, porque somos más. Somos más mujeres en la historia en general y en los depósitos del Museo del Prado en particular.
¡Parece que no quieren vernos ni en pintura! Por eso, hemos salido a la calle y hemos estado en los aledaños del Museo del Prado. Necesitábamos que la gente nos conociera y disfrutara de nuestras obras. Fuimos varias las que abandonamos los depósitos: Julia Alcayde Montoya, Lucia Anguissola, Marguerite Marie Benoit, Antoinette Brunet, Margarita Caffi, Anna María Teresa Mengs, Teresa Nicolau Parody, Elisabetta Sirani, Marietta Robusti Tintoretta, Àdele Anaïs Colin Toudouze, Marie Préval y Louise-Elisabeth Vigée-Lebrun.
Visitar el Museo del Prado con la mirada de 2019 nos proporciona (o debería hacerlo) un relato diferente al de otras épocas y también otras miradas. Es lo justo: cambiar el relato, redefinir conceptos y trabajar por un museo inclusivo. Un museo que no separe el arte del público. El museo puede servir para reconciliar temporalidades, construir memoria colectiva y fabricar futuros. Para “activar las obras de otra manera”, no solo “conservarlas”. Apostemos por que sea una puerta más para salir de las redes del sistema actual y crecer. Por ello es importante y muy necesario que se cuente con nosotras al organizar los proyectos, los equipos y direcciones, los afectos, los cuidados, etcétera.
Hoy en día, la autoridad e inviolabilidad de los criterios de los museos se está viendo cuestionada, como otras instituciones patriarcales y coloniales, en pro de incluir en el relato histórico y artístico las miradas y las voces de aquellos sujetos que hemos estado fuera de la memoria y el relato colectivos. Un ejemplo de buenas prácticas es el Museo de Arte de Baltimore, que se desprende de varios cuadros de su colección para financiar la adquisición de piezas de grupos sociales poco representados y corregir el canon del arte
En 2013 tan solo el 22% de las personas que estaban frente a un museo o centro de arte en España eran mujeres. Sin embargo, era un 67% de las que habían obtenido su plaza en el cuerpo oficial de Conservadores. Ellas están presentes en las instituciones artísticas como mediadoras, conservadoras, coordinadoras de exposiciones temporales, personal técnico y administrativo, en los equipos de limpieza y vigilancia, también como público, pero, ¿qué ocurre con la cúspide y los puestos de decisión? La presencia de las mujeres en las carreras de Bellas Artes e Historia del Arte es superior a la de los hombres, sin embargo, parece que los porcentajes se voltean cuando se trata de ocupar puesto destacados en las instituciones museísticas y artísticas. En los 200 años del museo del Prado aún ninguna mujer ha ocupado el puesto de directora.
La “ausencia” de mujeres pintoras puede servir como punto de partida para generar otros debates. Se deben contextualizar tanto sus presencias como sus ausencias. Los museos públicos no deben ser espacios estáticos, deben ser museos que evolucionan y generan cambio tal y como lo hace la ciudadanía.
El reconocimiento de las mujeres creadoras como nosotras, es una deuda histórica que tiene la sociedad del siglo XXI. Necesitamos cambiar el imaginario colectivo en el que parece que las mujeres no hemos sido sujetos activos de cambio. Porque esto tiene repercusión en nuestros días: Actualmente las artistas siguen teniendo complicado lograr espacios de visibilidad, por lo que no estamos hablando de un problema solo del pasado.
Si la historia que nos cuentan es a través de un relato que integra a una sola parte y conforme a criterios de excelencia y poder patriarcales, ¿qué futuro vamos a construir? Es necesario que, al menos, aquellas que logramos crear y de alguna forma “estar”, ocupemos el lugar que nos merecemos. De esta manera, la historia se ampliaría, sería más inclusiva y todas las personas ganaremos con ello.
Las mujeres artistas que desde siglos dormimos en los depósitos del Prado, necesitamos ser conocidas y reconocidas para que, a partir de aquí, se pueda seguir cambiando el relato y los espacios artísticos hacia escenas igualitarias y representativas en su totalidad.
Colectivo ZAS, Herstóricas y Creadoras